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Es probable que el problema más difundido y persistente que se encuentra entre
los cristianos sea el problema del letargo y retardo en el progreso espiritual.
¿A qué se debe que, años después de haber hecho una profesión cristiana, muchas
personas no hayan avanzado desde su punto de partida cuando creyeron por
primera vez?
Algunos tratarían de resolver la dificultad afirmando concretamente que dichas
personas nunca habían sido salvas, que nunca fueron regeneradas. No son más que
simples profesantes que se quedaron cortos en la verdadera conversión. Esta pudiera ser la respuesta para una pequeña minoría. Sin embargo, este tipo de persona no es la que se lamenta por la falta de crecimiento espiritual, sino el verdadero cristiano que ha tenido una experiencia real de conversión y que confía en cristo para su salvación. Muchos se encuentran entre los desilusionados que se lamentan de su fracaso en el progreso de la vida espiritual.
Las razones y causas de tal retardo en el desarrollo son múltiples. No sería justo
atribuirle la dificultad y el mal a una sola falla o falta. Existe una, sin embargo,
que es tan universal que fácilmente pudiera ser la causa principal: la falta de no
dedicarle tiempo al cultivo del conocimiento de Dios.
Es muy fuerte y poderosa la tentación de que le demos a nuestra relación con Dios
un carácter judicial en vez de personal. Muchos creen que la salvación se ha
reducido a un acto único que no requiere atención posterior. El nuevo creyente
está consciente de un acto que realizó en lugar de reconocer que existe un
Salvador Viviente al cual debe seguir con lealtad y a quien debe adorar.
El cristiano es fuerte o débil en proporción directa en la medida en que se dedique
al cultivo de la intimidad y del conocimiento de Dios. Nunca podríamos decir que
Pablo era partidario o defensor de la escuela automática del cristianismo que
aboga por una decisión de una vez por todas. Él le dedicó toda su vida al arte de
conocer a Cristo. «Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la
excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por amor a Él lo he perdido
todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo.... Quiero conocerlo a Él y el poder
de su resurrección, y participar de sus padecimientos, hasta llegar a ser semejante
a Él en su muerte…prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.» (filipenses 3.8, 10, 14.)
Avanzaremos en nuestra vida cristiana a medida que desarrollemos un
conocimiento de Dios en nuestra experiencia personal. Y tal experiencia
requiere una vida entera de devoción a dicha tarea y la inversión de
considerables periodos de tiempo en cultivar la intimidad con Dios. Se puede
conocer a Dios únicamente cuando nos dedicamos y consagramos nuestro tiempo a
Él.
Sin querer hacerlo y, de modo inadvertido, hemos traspasado esta falta tan
seria a los títulos de nuestros libros y las canciones evangélicas. «Un momento
con Jesús» cantamos, e intitulamos nuestros libros "El minuto con Dios", o algo por el
estilo que revela y delata nuestra actitud. El cristiano que está satisfecho con
darle a Dios su «minuto» y a pasar «un momento con Jesús» es el mismo que suele
aparecer en los cultos de evangelización sollozando por su retardo en su
desarrollo espiritual y rogándole al evangelista que le muestre el camino para
salir de su estancamiento.
Más vale que lo admitamos de una vez por todas: no existe un atajo por el cual
podamos alcanzar la santidad. Aun las crisis que atravesamos en la vida
espiritual, por lo general, son el resultado de largos períodos de meditación y
oración. A medida que las maravillas aumentan y deslumbran nuestra visión es
probable que ocurra una crisis de proporciones trascendentes y revolucionarias.
Pero esa crisis está íntimamente vinculada con lo que haya ocurrido
Anteriormente. Es una explosión súbita y repentina de dulzura, un manantial que
brota por la presión interior del agua que se ha ido acumulando hasta que es
imposible contenerla. Detrás de todo esto está el vigor y la preparación que
procede como resultado de esperar y confiar en Dios.
Mil distracciones nos quisieran seducir para apartar nuestros pensamientos de
Dios, pero si actuamos con sabiduría, las reprenderemos con severidad y le
daremos lugar y morada al Rey e invertiremos tiempo en atenderlo como nuestro
huésped. Es posible que seamos negligentes en algunas áreas de la vida espiritual
sin sufrir gran pérdida, pero serlo en la comunión con Dios es lastimarnos y
perjudicarnos donde menos podemos permitirnos ese lujo. Dios responderá a
nuestros esfuerzos por conocerlo. La biblia nos declara y enseña cómo; se trata
exclusivamente de nuestra determinación de dedicarnos a esta santa tarea de
conocer a Dios.
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